Y así, bailaba sin miedo a nada, zapatos rotos, muñeca de trapo.
No recordaba quien era, tan solo bailaba.
No añoraba a nadie, no hablaba, no dormía, ni soñaba.
Sus pasos de baile eran palabras, sus manos al aire, pequeños trazos.
El tiempo pasaba y seguía bailando.
Cuando sus pies cedieron al dolor, cuando sus manos cayeron…
La música cesó.
Miro alrededor: ¿A quién bailaba?.
Bajó del escenario. La luz se encendió. Su dueño, le ordenó volver al escenario, le lanzó una moneda y le pidió otro baile.
Obedeció una vez más mientras su amo exclamaba: ¡baila mi muñeca de trapo!.
Cayó rendida, llorando. Sus hilos se descosían.
Volvió a levantarse.
Sus manos, su tela, su alma se desvanecían con cada nota que sonaba.
Y con el último tropiezo, con la última orden de que continuara bailando… miró a lo alto del escenario y tiró del último hilo.
Me ha gustado mucho tu texto, me recuerda mucho a la dependencia de las personas y ese tipo de relación dañina.
Un saludo